mayo 28, 2015
Opinión: El Tambor de Hojalata
“Un
placer conocerte Óscar, seguro te volveré a leer, quizás en ocho o diez años...
que no cesen los redobles”
Así escribí el pasado 28 de mayo en
mi estado del Facebook, para comunicarle al mundo que había terminado de leer El
Tambor de Hojalata, novela cumbre del no hace mucho fallecido Premio Nobel
de Literatura 1999, Günter Grass. De ese libro, haré mi primera crítica
literaria, pues me parece paradójico, que presumiendo de mi adicción a la
literatura, no escriba de ella. Además, Oscar, con quien a ratos me peleaba y hasta
me caía mal, al final del libro, pudo hacerme brotar algunas lágrimas, como lo
hizo con los presentes del bodegón de las cebollas.
Creo que en cierta medida, me ayudó
un tanto a comprender mejor la trama, la lectura a medias de Pelando la
Cebolla, la primera de tres entregas de memorias de Grass. Aparte de
familiarizarme con algunas localidades y personajes, me pude preparar para
digerir la prosa del escritor cachuba.
Mi primera impresión, tanto con sus
memorias como con su Magnus Opum, fue que aunque estaba consciente que
lo estaba leyendo no era necesariamente pesado (escenas sencillas, sin muchos
vocablos desconocidos), la lectura se me
hacía lenta, a ratos soñolienta y en ocasiones llegué a cerrar el libro con
frustración.
Intrigado, pensaba que quizás eso me
ocurría a mí nada más, pero revisando otras reseñas y críticas, de bloggeros
con mayores credenciales que yo y sin duda mejores lectores, descubrí que era
algo común, todos encuentran El Tambor de Hojalata pesado, a ratos
aburrido, difícil de seguir y como a mí, causa bostezos. Sin embargo, la mayoría,
al final del mismo, encontraban sentimientos mixtos. En mi caso fue así hasta
el último octavo de la novela, al terminar el último capítulo estuve convencido
de que el libro me ha gustado mucho y que para la segunda lectura el deleite
será mayor.
Hacer un desmenuzamiento de la
trama, describir los personajes o especular con ciertas interpretaciones, no es
mi intención en esta crítica, o mejor dicho, opinión, sino darle a aquellas personas
que la leerán o la han leído, la sensación que la novela me ha dejado.
Aunque no hay elucubraciones
complicadas, ni referencias eruditas, ni manejos arbitrarios de tiempos, ni
disertaciones distractoras, la historia de Oscar Matzerath resulta pesada, sin
embargo. A esto contribuye la prosa del autor, que en mi opinión es enrevesada
y no por sus oscilaciones entre la primera y la tercera persona, sino porque a
mi parecer hay adjetivos y adverbios innecesarios, hay oraciones y párrafos
largos que pudieron haber sido más cortos y hay muchas comas que aclaran
innecesariamente algunos puntos y que cortan la fluidez de lo que se narra.
A principio uno podría pensar que esto
se debe al hecho de que Grass ajusta su prosa al nivel intelectual de su personaje,
se transfigura con éxito en Matzerath, sin embargo esta prosa se encuentra
también en Pelando la Cebolla, lo cual lleva a sospechas que es esta su
marca de fábrica. Aun cuando Bruno y Vitlar, asumen el papel narrativo en
ciertos fragmentos, el tono del relato permanece. Es sin duda, el sello de
Grass.
Debido a lo anteriormente
mencionado, escenas que pudieron haber marcado indeleblemente al lector o
conmovido al punto de las lágrimas, son leídas por la mayoría como si nada y en
algunos casos pasan desapercibidas. Citaré algunas escenas –atención, lanzaré spoilers-
que con un poco de ejercicio fantasioso resultan conmovedoras, pero que en la
lectura corriente no resultan así: cuando Oscar le informa a su abuela que Jan
Bronski yace en Jaspe, cuando Rosvita muere en París, cuando la pobre Agnes Koljaiczek
muere, cuando Oscar lanza el tambor a la tumba de su padre mientras este es
enterrado, cuando María rechaza la proposición de matrimonio de nuestro
personaje principal, etc.,
Pero quizás todo ello se deba a la
frialdad de Oscar. Rara vez se conmueve y aunque tuviera mucho por lo que
llorar nunca lo hacía, ni siquiera en el bodegón de las cebollas, el escenario
de su inmortal solo de tambor. A veces, es necesario preguntarse si Oscar está
cuerdo, después de todo, desde la primera frase se nos dice que está en un
manicomio. Pienso que quizás el detenimiento de su crecimiento no sea acaso una
ficción que el nos crea, y quien nos narra sea en realidad un cachuba de
treinta años, bien formado como un adulto, y que se ha imaginado todo aquello de
los eternos tres años y todos los episodios que de aquel han derivado. O tal
vez Grass lleva la fantasía a niveles extremos y en realidad el verdadero
narrador no sea acaso un tambor de hojalata que olvidado en un estante o
sepultado bajo la tierra, no se haya inventado para sí mismo la historia de
Oscar. De hecho, estoy convencido, que Matzerath no oscila entre la primera y
tercera personas narrativas, sino que cuando leemos que Oscar hizo tal cosa, es
el tambor quien nos habla. (oops, perdón, prometí no especular con mis
interpretaciones).
En fin, y ya para cerrar, recomiendo
encomiablemente la lectura del Tambor de Hojalata, pero con calma, enfocar
la lectura solo en este libro, digerir a poco sus capítulos, volverse si no se
entiende, abandonarlo si no es el momento, pero eso sí, volver a él
porque es de esos libros, que al releerse, se encuentra con cosas que pasamos
por alto.
A su manera única y singular, por
sus prolijas fantasías y su estilo un tanto infantil y retórico para describir
hechos y personajes sencillos, el Tambor de Hojalata es una obra maestra
de la literatura del siglo XX.
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Etiquetas:
Literatura
Venezolano, beisbolista frustrado y aspirante a escritor. Me gradué de Soñador Profesional en la Universidad de los Inútiles, actualmente realizo mi maestría en Persecusión de Ideales. Amante de los libros y el rock. Cuando no ando escribiendo, estoy pensando en lo que escribiré
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